El tono sepia revela, una vez más, que los calendarios no se renuevan en vano. Que los años son fieles peones de la vida y que nos conducen a nuestro destino, tenga el desenlace que tenga. Nos dice que aquel verano se hizo más capitán que antes, que el liderazgo innato lo llevó a tatuarse la cinta de franela y sin diseño de aquellos años, y que le tocó poner el pecho ante las balas de esos tiempos ajenos, tiempos escasos.
Nos dice también que el cabello que le besaba la frente hoy no está más. Que tan solo quedan los sueños hechos realidad de ese chico con porte de policía y cabeza grande, que lideraba zagas centrales. Que se entregaba al verdeo del césped y dejaba más que sudor en cada barrida, más que la garganta en cada grito, más que las lágrimas en las derrotas.
Evidencia que el viaje sigue su curso y nos hace navegar por mares bravos, también por aguas mansas. Qué le vamos a pretender decir a Juan, que ha estado en más de una embarcación y muchas veces las ha comandado en viajes rudos, en viajes mansos y en ninguno claudicó jamás.
Dicta que el atildado central se adentro al juego y se hizo dueño de sus secretos. Se volvió Dt y cumplió la promesa que le entregó al espejo, esa de estar en algún momento en el terno y zapatos que veía le daba indicaciones. Que volvería para seguir navegando ese tramo del mar que le quedaba por descubrir.
La vida lo devolvió a sus colores, a su tierra, a su casa. Lo hizo para que ponga todo en regla. Para que dicte las órdenes previas a los 90’ de infarto. Para que se mantenga indeleble en más fotografías del recuerdo. Lo condujo hasta el regreso para que pueda formar parte de la historia dulce de ahora, para que pueda sentirse parte, para que pueda estar como nunca antes pudo.
