Denzel Washington, el elegante moreno de las películas americanas favoritas de todos, nos regala una frase mejor que el señor con el que compartimos piso. En su papel principal en Fences (Barreras), nos enseña a tener que convivir con todos los momentos de nuestro paso por la vida. Aprender a aceptar tanto las curvas y las rectas, haciendo uso del béisbol como parte de la metáfora que debe calar mucho en Roberto para estas épocas. Para estos días sin silbatos ni GPS’s, sin tener que cuidar de sus jugadores como si fueran sus propios hijos, sin tener que mirar a los ojos a los directivos que solo buscan tu cabeza.
Cuanto más alto se llega los golpes de las caídas tienden a ser groseros. Te insultan en el rostro la mezquindad y el olvido. Desaparecen de tu lado los gritos y aplausos. Solo estás tú ahí abajo, temiendo lo peor de una oscuridad a la que no creías volver.
De golpes, de caídas varias es que se aprende a vivir. Se confronta la cruel verdad del juego, que es perder siempre por encima de lo demás para solo así volver a ganar. Pero el trayecto duele, complica la tranquilidad de los viernes por la noche, hace amargo al buen whisky y ajustados los nudos de las corbatas. Te roban las ganas de vestir con telas suaves, te aleja del olor del verde campo de fantasía. Apretar los labios y perder la mirada es la vitamina del día.
Repasamos uno a uno tus partidos, buscas en tu libreta las tácticas con las que pensaste revertir situaciones complejas, arrugas las hojas de tus planteles y añoras cada bendita mañana en la que tan solo un beso tuyo ha disfrutado de la almohada. No existe consuelo aparente, que calme tanto la actitud, como lo hace el fútbol de repente. Y, ¿qué hacer cuando no se está más? ¿Cómo se supera el trauma post salida del club de tus amores? Cuando esa misma estuvo adornada de herejes y herejías, resignarse a caer es la mejor opción. Verse en lo profundo antes que los demás para que esas tardes en casa no cuesten tanto como tener que concentrarse en pretemporada o faltar a los momentos importantes de los pequeños.
Es totalmente cierto lo que dice el vecino: no hemos aprendido a perder, más cuando todo se hace evidente. Y que debemos apuntar esa lección para que acompañe nuestra mesa de noche.
Un año sabático podría ser mejor que uno de para, tan solo hacerse la idea, amortigua un poco las duras penas que deben azotar al mister Mosquera.
Como ese moreno atildado de mirada fija y ceño fruncido, la rudeza que emana es tan solo un coraza que encubre los sentimientos y por más que en las conversaciones con la prensa se muestra tajante y duro, en la interna es mucho más que eso. Y es aquella fragilidad del alma que nos hace replantear todo, pero es la sapiencia lo que nos permite tener noción del momento y darnos un ducha de agua helada para calmar los reflejos.
Al final del día, con la resaca de todo lo vivido, nos quedan lecciones por cumplir. Esas que vimos en las plataformas de streaming, en las que creemos vivir: siempre hay espacio para aprender y se debe hacer. No importa la edad, no interesa el tiempo. Solo es cuestión de aceptar que es lo que merecemos.
