Somos muchos los que hemos dado más de un brinco del sofá cuando le hemos visto hacer algunas de sus piruetas de crack o derrochar el clásico talento de los que nacen bajo la estrella del jogo bonito. Hemos aplaudido una a una sus interminables persecuciones con los defensas rivales y por supuesto que hemos depositado nuestras esperanzas en que de sus pies renazca el brillo que perdió Sudamérica en los últimos mundiales.
Para los de siempre, es uno más del montón. Para los nacionalistas, es un bufón. Para los soñadores, es un ejemplo. Para los románticos, es elixir. Para el incondicional, el método dicotómico. La conjunción perfecta entre dos polos en un solo jugador. El casi gris que es capaz de mostrar sus dos versiones y aún tener los mismos seguidores. Ese es el casi experimentado Neymar Jr, que firma con nombre de niño los contratos mayores, y que aún no logra evidenciar su verdadera forma de ser ante los que portamos la franja roja en el pecho.
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Para los de siempre, es uno más del montón. Para los nacionalistas, es un bufón. Para los soñadores, es un ejemplo. Para los románticos, es elixir. Para el incondicional, el método dicotómico. La conjunción perfecta entre dos polos en un solo jugador. El casi gris que es capaz de mostrar sus dos versiones y aún tener los mismos seguidores. Ese es el casi experimentado Neymar Jr, que firma con nombre de niño los contratos mayores, y que aún no logra evidenciar su verdadera forma de ser ante los que portamos la franja roja en el pecho.
Neymar sigue siendo ese chico con la cresta de gallo y físico inagotable que puso a bailar al ritmo de axé a todo el Sur del país. Sigue siendo ese muchacho insolente ante el defensa caído, ante el arquero vencido, ante la patria. Sigue siendo el de sonrisa burlesca, que creíamos podía reponerse pero no ha podido. Sigue siendo él mismo, y en cierto modo eso está bueno, salvo cuando se enfrenta a nosotros.