Marruecos a su llegada a Qatar no portaba el rótulo de candidata a sorpresa. Sí era auspicioso pensar en lo que podrían hacer sus futbolistas que destacan en la élite de Europa, pero no se tenía dimensión de lo capaz que podrían ser en colectivo. Todo apoyado en el poco tiempo de trabajo que aquejaban los exámenes presentados antes del mundial.
Para ir a la guerra necesitaban ser guiados por alguien que sepa oler sangre. Llegaron comandados por Walid Regragui, quien había aterrizado tan solo tres meses antes del gran torneo. Había puesto pie en tierra fértil para ensuciarse las plantas como los niños cuando disfrutan del asfalto por las tardes luego o en lugar de clases. Cuando jugador demostró tener el temple suficiente para cosas grandes, por lo menos se vio que su entrecejo estaba preparado para enfrentar momentos de tormento con la solemne tranquilidad que este reflejaba. Fue el elegido por su federación, con lo complejo que debe ser que te llamen para ser el titular frente a todo un país y comandarlos a una expedición con muchas causas y poca certeza. Nadie más Leónidas que él para encauzar y librar grandes batallas desde su olfato de guerrero, sin que tantos iPads quepan en la maleta, simplemente la pizarra y los ojos de cazador minucioso.
Los chicos hechos unos fieros por sacarse de encima los tapujos y las etiquetas que se les adjudican por ser una nación africana, por desechar el poco respeto que se tiene al fútbol en esa parte del mundo y declarar abiertamente los retos a todos ante sus ojos, diciéndoles con su futbol que estaban allí para hacer historia. Todos chicos conducidos por la sangre hacia la sangre. Dejando de lado las posibilidades de vestirse con otros colores, prefiriendo representar a la tierra de sus madres, al impulsor que recorre sus venas.
Y su desempeño fue digno de alguna escena histórica. Fuimos parte de una película y no nos dimos cuenta de lo emotivo que fue el que se entregaran a la historia, enfurecidos de ganas por hacerlo y lamiendo las heridas de tantos años. Fueron los 300 representados en 26 convocados para combatir contra distintas tribus encargadas de dominar la pauta. Ellos sin frenos, con armas y ganas se fueron contra todos para lograr meterse al podio de los cuatro mejores.
Estuvieron dispuestos a morir por las justas. Se enfrentaron con grandes oponentes, llenos de magia y capacitados para estos combates, pero aún con todo y eso, se entregaron por su país que respira el fútbol como el aire más puro de la vida, y lograron marcar la fecha más importante de su historia.
Los marroquíes ganaron el reconocimiento merecido. Pusieron pie en un sitial que jamás le había pertenecido a nadie de su continente, pero que esperaba muy sigiloso por ellos. Los guerreros encomendados para la gran expedición secreta del África, que reclama con justicia se ponga el apoyo necesario para que más chicos disfruten del golpeo del balón como lo hacen sus estrellas, se hicieron los hombres que cayeron de pie ante tantos minutos en sus pantorrillas. Que a pesar de los calambres supieron mantenerse con vida en los campos minados, en los que un paso en falso te conducía a una muerte segura debajo de tu arco.
Existía la imperiosa necesidad de que algún derribara esas piedras que se quedaron en el camino de la evolución de este deporte. Se necesitaba a un equipo con alma de leones que sepan rugir ante cualquiera e impongan sus artes con clase majestuosa. Fueron todos unas verdaderas fieras cazando corazones y récords que se guardarán en los libros. Demostraron lo que nadie les había pedido, pero sentían que debían. Lo dejaron todo en cada minuto. Quedándose algunos en el piso, con las piernas que sólo pedían pausa, con el corazón taquicárdico y con los ojos ensangrentados, desmitificaron el clásico verso de que por ese lado del mapa no hay sentido para jugar al fútbol. Y sin tener que hacerlo, demostraron también que son un equipo solidario entre sí, que son muy a prueba de las balas que cualquiera se atreva a lanzarles, que no en vano les dicen los Leones de Atlas.
La selección que se quedó en el pecho después de tantos meses y que nos hicieron mejor la mañana en el antiguo noviembre. Los chicos que se cargaron un país al hombro y flamearon por lo alto su bandera. Los que imponen pelea en cualquier piso de guerra. Pronto nos veremos las caras y nos retaremos a un duro combate.