Noches mágicas que te transportan a universos paralelos, que te hacen olvidar la realidad por noventa minutos y un poco más, y nos invita a pensar que todo es posible si se quiere, si se busca.
Abrazos que son el mejor regalo para esos sueños cumplidos que parecían lejanos cuando niñas. Abrazos que reconfortan el alma. Esos que le gritan al tiempo oprimido que la libertad es la única bandera.
Esas reglas de tener al grito tan sagrado callado, contenido, estas noches no cuentan más. Tan solo cuentan las ganas por dar los pasos necesarios para abrir caminos a las futuras generaciones y que ellas sientan nuestro respaldo.
Y es que lo han logrado. No solamente su bicampeonato, sino también abrirle paso a la fiesta en el fútbol femenino que tantas veces se ha intentado hacer a un lado y no han podido.
La última noche de jueves los más de 30 mil hinchas han marcado un hito en nuestras tierras, han dejado la garganta entregados a los apellidos de las chicas que pensaban jamás disfrutarían de un espectáculo así. Han decidido señalar la ruta para que las demás puedan seguir caminando con tranquilidad o por lo menos intentarlo, pero que jamás los sueños se tengan que quedar adheridos a la almohada.
Ese abrazo es tan solo una muestra más de que unidas pueden lograr todo lo que se propongan, cómo seguir cosechando títulos; no los que van al palmarés, los que van al alma. Los que sumen en grandeza y te ponderan ante una sociedad escasa de claridad que vocifera ante las cámaras y esquinas que el fútbol no es de mujeres. Vaya orates. Esto es de todos y Alianza Lima lo sabe muy bien.