Se dijo en las redes sociales que Khvicha Kvaratskhelia tenía ascendencia peruana y despertó el malestar de muchos al no habérsele reclutado antes. Lamentablemente para los detractores todo era parte de una mala broma que jugó un usuario de twitter, pero para el beneplácito de los soñadores en este multiverso todo es posible. Así que el futbolista de moda y de nombre casi impronunciable, pudo ponerse la Blanquirroja o se la puso. Viajemos en la locura.
Corría el año 2001, en la posta municipal de Huanta socorrían a un herido de bala tras una trifulca cerca a la plaza. Eran años en los que las heridas de un pasado no tan lejano seguían abiertas y en cada disputa política afloraba el odio, desprecio y el irrespeto por la democracia. Habían llegado los familiares del hombre acusando a una turba de manifestantes quienes aparentemente no eran oriundos de la ciudad. El minutero corría como atleta en maratoniana, el reloj dictaba las 23: 45 del 12 de febrero, el día estaba apunto de terminar y no había solución para la ofuscación de la familia del herido. En la misma posta había llegado una mujer con rasgos de extranjera en emergencia de parto, la fuente se había roto y las contracciones no las soportaba por lo tremendas que eran. El descuido y abandono del estado permitía que sean pocas las personas que trabajan en dicho centro médico, por lo que uno de los dos tendría que esperar. La sala se debatía entre la vida y la muerte, se debía tomar una decisión sin espacio a retrocesos. Así que se dio prioridad a la blanca mujer que cada vez más perdía el color esperanza y perdía noción del tiempo. Fue así que en el último suspiro de la noche un bebé de ojos sombríos le regala un grito al mundo para decirle que había llegado.
El padre no podía llegar a firmar a su hijo recién nacido, puesto que la policía había cerrado las zonas aledañas para que no existan más enfrentamientos entre unos y otros. La marea de personas no le permitían avanzar para poder llegar hasta la posta. Tuvo que cruzar cerca de 18 cuadras para poder encontrarse con la puerta del centro médico y la cara de enfado de la madre que había terminado el proceso post parto. Todo de cabeza para él. Nada como una buena de dosis de gritos para calmar las ganas de hablar, precisamente los gritos de su bebé que se presentaba ante sus ojos por primera vez. Al momento de cargarlo le miró fijamente y se dijo a sí mismo que sería un muchachito tremendo. Era momento de firmarlo.
Ellos eran una pareja que se había conocido en alguna de las noches en la acogedora Ayacucho. Badri Kvaratskhelia llegó de “vacaciones” al Perú, natural de Georgia, había perdido el trabajo en una planta de Tbilisi y con la indemnización logró costear unos pasajes que le permitiera distraer la mente de todo lo malo. La vida le condujo hasta las calles alegres de Huanta, donde coincidió con una mujer muy guapa que trabajaba en la pizzería del Jr. Gervacio Santillana y que por más coincidencias de la vida tenía raíces georgianas. Su padre había era de allá, había luchado por la independencia del país y en tiempos de juventud llegó a Sudamerica para vivir por primera vez, se enamoró perdidamente de una ayacuchana de nombre Laura Montesinos, quien luego fuera la madre de sus tres hijos: Luis, Frank y Maka. La familia Lukava era de las más conocidas en el barrio, ya que eran los únicos extranjeros de la zona y su don de personas los hacía recoger sonrisas al paso.
La noche del encuentro era la primera que Badri tenía en suelo peruano. No tuvo tiempo de conocer más, a penas habían transcurrido una hora del aterrizaje de su avión y moría de hambre. La pizza y las ganas por saciar el apetito fueron las mejores excusas para conocer el amor. Maka había esbozado una sonrisa al atender su mesa, él se percató muy temprano que era muy especial. Pidió el platillo que más tiempo tardaba para los chefs, el restaurant ya estaba por cerrar y eso le permitiría conocer el paradero de la dama que flechó sus ojos rápidamente. Un café para llevar y un cigarrillo para compartir fue la excusa perfecta para avanzar hasta la calle de los Lukava. El tiempo apremió, se hicieron amigos y cada vez más cercanos. Formalizaron su relación y decidieron unirse en matrimonio, por más que solo hayan transcurrido cuatro meses desde el primer cruce de miradas. El amor no cree de años, solo del tiempo exacto. La familia comenzó a tomar forma, bastaron dos años para que el número de persona en la casa crezca, fue así que concedieron a Nika y tras ella el pequeño Khvicha.
Crecía en la ciudad al movimiento del balón. Tan solo tenía cinco años y dominaba el esférico como si llevara años practicando, no era algo normal, mucho menos común entre niños del pueblo que tenían otras responsabilidades. Cada tarde tras regresar de la escuela de la mano de su abuelo, cogía su camiseta favorita de Perú con la número 10 y se aproximaba a la cancha más cercana, era cuestión de caminar siete minutos con sus amigos para poder encontrarse con el paraíso: una cancha verde al extremo con unos árboles que fungían de postes. 60 minutos bastaban para disputar los encuentros más reñidos de la vida, el premio casi siempre eran dos latas de leche que servirían para el desayuno de la familia. Producto de sus grandes regates y goles lograba que la mesa está siempre puesta para todos en casa y la ilusión de su abuelo de verle jugar en algún equipo era gigante. Fue así que le consiguió una prueba en el Deportivo Cultural Huracán, club que tenía su cancha de entrenamiento a pocas cuadras del colegio del pequeño Khvicha. Dió sus primeros pasos en el equipo que casi casi era del barrio, el mayor de los logros para cuando no llegas a los diez años.
Sus habilidades despertaban las miradas de todos en los torneos que organizaban, era la sensación del momento en Huanta y todos le aplaudían al término de cada partido. Su familia recibía los halagos que soltaban los espectadores que, con tres vasos de cerveza encima, decían que sería la próxima estrella de la selección peruana.
Era el verano del 2008 y la situación en la localidad se había tornado en una muy tensa. La economía de la familia no alcanzaba para poder cubrir los gastos necesarios para poder subsistir y los pocos ingresos extras servían para que el padre conversara con su familia en la lejana Georgia, en las cabinas de internet. Lo habían echado del trabajo y vio como posibilidad regresar a su país de origen para poder sacar de la pobreza a su familia y darles una mejor vida de la que imagina le depararía el destino si se quedaban en nuestras tierras. ‘Javicho’ como le decía su abuelo, temía que su sueño de ser futbolista se viera truncado por las decisiones de sus padres. Él no quería irse de Ayacucho porque tenía todo lo que un niño podía desear, vivía feliz a pesar de algunas necesidades, tan sólo se preocupaba por ser feliz.La decisión estaba tomada, los abuelos ayudaron con los pasajes en bus hasta la capital y luego tendrían que solventarlo con un dinero extra que habían ahorrado para la escuela de los chicos. Los boletos de avión indicaban que saldrían de Lima y luego un viaje interminable hasta el otro lado del charco.
La despedida, como lo son casi todas, fue terrible. El pequeño engreído de casa lloraba lágrimas que llenaban los vasos de leche, su abuelo lo abrazaba y asentía con la cabeza cuando su hija le decía que tendrían que marcharse con rapidez o si no perderían los boletos. La abuela enfermaba de soledad y tristeza, se debilitaba mentalmente y le dolía el abandono de su hija, en parte entendía que era por el bienestar de los pequeños. Fue así que tomaron rumbo a Lima, en el terminal los esperaría un viejo amigo de la familia para llevarlos cómodos al Aeropuerto Jorge Chávez. Viajaron cómodos y tranquilos, pero contra el tiempo, fueron los últimos en abordar en el último llamado de parte de la aerolínea. En el despegue, el talentoso ‘Javicho’ veía como sus ilusiones de jugar al futbol se quedaban cada vez más abajo de su realidad. Con tres nudos en la garganta decidió cerrar los ojos y dormir lo suficiente como para pasar el rato en el avión, sin contar que sería un vuelo de más de 26 horas. Al despertar se dio cuenta que su querida “Esmeralda de los Andes”, ya formaba parte del pasado. Se encontraban en el último abordaje, en Turquía. Cada vez menos para llegar a Tiflis.
A su llegada a Georgia, se sentía un completo incompleto. Las voces eran más que extrañas, las calles sin salida y los nombres los más raros posibles. Su padre era un pez en el agua y su madre no podía creer que había regresado a la tierra que prometió no volver a pisar. A pesar del viejo olor y la calidez humana, la ciudad ya tenía na nueva cara y era todo nuevo para todos. Así que tocaba un proceso de adaptación. Por suerte para Jvicha, el futbol es un idioma universal y eso le permitió ser aceptado en la escuela, en las canchas y en el vecindario, a pesar que algunas vecinas aquejaron tener sus vidrios rotos y que nadie se los devolvería.
Creció en la lejanía de la felicidad, en la distancia que golpea el pecho por las noches en la habitación. Solo su amigo redondo le permitía soñar con volver una vez más. Acepto su nueva vida y se hizo de amigos, jugaba a la pelota como aquel infante en el intento de asfalto y chacras. Aprendió a sonreír y a esquivar rivales con mayor seguridad. Ingresó al club local, el Dinamo Tiflis. Allí vivió su etapa formativa, adapto conceptos futbolísticos y se volvió más determinante en espacios inhóspitos, inició sus aventuras como extremo electrizante y goleador por excelencia en las divisiones menores. Así como rueda el balón lo hace el mundo, este lo hizo llegar a pruebas en distintos clubes, siendo un destino loco la Rusia que conquistaba Jefferson Farfán. A su llegada no se creía que compartiría equipo con la ‘Foquita’, del que escuchaba hablar por las radios del mercado cuando iba a la escuela en Huanta. En las mañanas post entrenamiento se acercaba sigilosamente para incomodar la tranquilidad del peruano mundialista. Le contaba que le hubiese encantado formar parte del equipo de Gareca, que soñaba con estar en la piel del ‘Chaval’ Benavente y vivir el sueño de representar a la tierra de su fallecida abuela. Farfán quedó petrificado al saber de sus raíces. Le contó que en casa de sus vecinos se hablaba mucho de él y sus hazañas en el Alianza Lima, y que era un honor compartir Camerón ahora. Tras la charla, Jeffry rápidamente llamó a la Federación para que lo contactasen, pero fue tiempo perdido. Soltaron risas tras el teléfono y colgaron sin creer la versión del atacante. Pensaban que se trataba de alguna mala broma y la poca capacidad para reclutar talentos dispersos en el mundo, era nula en la querida Federación Peruana.
Khvicha había robado corazones en su nueva amiga, Georgia. Pasó por todas las categorías menores hasta antes de llegar a la selección mayor. El sueño de vestirse de Blanquirroja seguía firme, ya que sólo había sido citado para amistosos con la selección europea y tendría que solicitar a FIFA el cambio de federación, todo esto apoyado de los dirigentes peruanos, pero sabía que si no se había dado una comunicación antes, no sucedería ahora. Su etapa en Lokomotiv no fue del todo buena, ganó experiencia de caídas y golpes. Pasó por Rubin Kazán, dónde comenzó a dar destellos de lo que era capaz, pero los conflictos en el país de Putin lo hicieron pegar la vuelta a casa, allí lo esperaba el FC Dinamo Butami. Este equipo fue su trampolín a la selección mayor, con frecuencia se veía al 21 en las convocatorias y se alejaba la posibilidad de ser citado por Perú. No se perdía nunca las conferencias del mister Ricardo y lloraba al recordar a sus abuelos y la promesa que les hizo de volver a abrazarlos tras algún llamado de la selección, pero no se dio nunca. Aceptó su destino y vistió las cinco cruces. Se hizo figura y su nombre sonó, muy bajo como un piano por las tardes en el único bar limpio de Quilca, y llegó a Nápoles, el hogar del Diego.
Su vida actual lo ha llevado a ser mural en las calles y a que los pequeños pidan el dorsal 77 en la escuela, además de llevar los calcetines a media cuesta. Su cabellera y barba hipster se hizo clásica entre las mentes maestras de este deporte y su agilidad para conducir el balón cocido al pie lo han hecho portador del rótulo de ‘Kvradona’.
Junto a su locura como futbolista del sur de Italia, simboliza el emblema de un equipo que sueña con volver a subirse al podio para recibir medallas, pero lo aleja a otros cuantos kilómetros de beber la chicha de fruta que preparaba mamita Florencia. Las tardes previas a sus partidos en el Calcio, lo encuentran mirando fijamente la fotografía que guarda de cuando niño en la hermosa Huanta, que recuerda sus corridas y sonrisas que soltaba al paso. Que lleva mezclado en su fango la esperanza perdida y que florece cada primavera las rosas que cortaba para ponerlas en la mesa. Abraza con sollozos su pasado y raíces y se combate fecha a fecha consigo mismo para despojarse de ellas ante la negativa de todos.
La noticia llegó hasta todos, cuando lo vieron brillar en la élite europea no podían creer que era un jugador convocable y que nunca se hizo ningún esfuerzo por traerle. En los quioscos se jalaban los pelos los señores que leían las portadas de los diarios, en la cola para comprar el pan se hablaba mucho sobre el jugador que nos perdimos y en las casas de apuesta las caras de incrédulos copaban las cabinas; luto nacional ante la pérdida de un gran talento que nos pudo haber servido para asistir a Qatar. Y comenzó el delirio de todos, imaginando las combinaciones con Lapadula, Carrillo y Cueva o lo que hubiesen sido las sociedades con Yoshi y Trauco. Todo quedaba en la imaginación de la gente que comenzaba a tocar el tema con mayor frecuencia en todas las calles.
Ante el pedido de las personas en las redes y constantes etiquetas en Instagram, ’Kvra’ decidió hacer un video para demostrarle el cariño a quienes buenamente le dejaban mensajes de aliento; mostró su perfecto dominio del español y dijo fuerte y claro que era consciente de todo lo que había generado la noticia y, por más que represente a otra selección, su corazón es peruano, siempre lo será. Cerró el video mostrando fotos con sus abuelos en su antigua casa entre montañas. Y que desde la fecha celebraría enviando besos hasta la Ciudad de las 33 iglesias.
La emergencia de la posta en Huanta atendió con normalidad al señor que había llegado por severos golpes tras una disputa entre ideales producto de la convulsión social por aquellos años. Le pusieron quince puntos entre la cabeza y el brazo derecho y fue dado de alta al día siguiente. No hubo ninguna emergencia de parto, mucho menos el nacimiento de una estrella del fútbol ese día.
Cabe resaltar que esta historia forma parte de nuestra locura en estos viajes por los distintos caminos que han podido existir y cruzar caminos en otras realidades. Kvaratskhelia es completamente georgiano y no tiene ningún parentesco con nuestro país. Aunque seamos sinceros, nos hubiera gustado o exacerbado que esto haya sido real.