Parece fácil destacar en estas canchas, llenas de vacíos y pasto crecido. Parece que cualquiera que porte una nacionalidad distinta al nacer puede llegar y tener registros como en ligas del Medio Oriente. Parece que el torneo se volviera un cementerio de elefantes, pero no lo es.
Hay que tomárselo más en serio cuando alguien de trayectoria decide venir al país para enfundarse mantos históricos, mucho más cuando parece que ya lo han ganado todo. Porque aquí se logra lo que muy poco en otros lados: llenarse el corazón.
Puede ser una mejor opción tener la cuenta con más de tres ceros pero, ¿quién consuela tus días post retiro? Tan solo el hincha fiel, el que se enamoró de tu entrega y te idolatró por las veces que besaste el escudo con gloria. Por las innumerables ocasiones en las que demostraste amor, ya sea en el amarillo césped que miente de verde o en el asfalto con bocinas al compás de su caminar.
Son pocos, sí, pero lo son. Los que, conscientes de su edad, se deciden por aceptar las ofertas y jugarse a la suerte en su última ruleta lejos de las raíces. Y que no solo lo hacen por conocer otros países, sino por cerrar su historia asumiendo retos grandes. Propio de hombres de coraje, de jugadores que se lamen los labios por sabor de gloria.
Hernán apareció para iluminar días y celebrar las noches. Para regalarles sueños, cuando solo cabían pesadillas para los hinchas de Alianza Lima. Llegó para darnos muestra que se puede destacar siempre que se quiera.
Que se es capaz de ponerse todos los accesorios del traje si es posible, para demostrarle a los niños -de 30 o de 8- que se puede ser héroe en tiempos de paz y en tiempos de guerra.
