Ha de ser Paolo el goleador más esperado en todos nuestros tiempos. El salvador de las noches llamadas a la penumbra que las canjeó por felicidad eterna. El hijo necesario para hacerle frente a la guerra, a la desidia; héroe que a falta de su medicina (goles), solo encuentra kryptonita cuando luce su rodilla ante el espejo. Esa bendita parte del cuerpo que hace unos meses le tiene preso de ese enemigo que es la lejanía al hábitat. Al área, donde se rige como goleador.
Rabia, esa es la primera sensación que debe sentir ahora mismo. Porque a la fecha ningún avance por alejar de su vida esa bendita lesión de la rodilla ha podido dar sus frutos. Porque las redes no volvieron a impregnarse de sus clásicos zapatazos. Y eso le cuesta la tranquilidad, eso lo debilita al punto de dejarle sin minutos en cancha.
El gol no ha llegado. Cuál juvenil enaltecido por las barras, se le ha complicado más de la cuenta traducir en anotaciones sus esfuerzos de las mañanas y medianoche. Cada vez se hace más costoso ser el de antes. De esto conoce un poco, ya hubo un tiempo en el que le tocó combatir con esas ganas tremebundas por querer encontrarse en los amplios campos verdes y derrocharle a la tribuna su amor por el juego y su furia al anotar.
Alejado si ha estado, pero él no ha convivido nunca con ese amigo que está al pendiente de uno en el fútbol: el fracaso. Esa repentina amistad que algunos se les presenta en el epílogo de sus carreras y no permiten que el tiraje de las historietas tenga el final deseado por los fans. A lo largo de su carrera su éxito lo llevó a tocar la gloria en muchas tierras, pero hoy no parece ni la sombra de aquel goleador innato. Se encuentra débil, su rostro lo demuestra, su mirada perdida y los gritos de frustración al cielo también nos lo hacen saber.
Está claro que la culpa no es suya, son las etapas que afrontan los grandes jugadores. Y todos los que han llegado al cierre de sus carreras con dos dígitos altos en el documento de identidad, saben de lo que hablamos. De tener que arrostrar la dura cercanía de la despedida y, la cada vez más sincera, edad del cielo.
Y frustra, claro que está permitido que lo sienta. Mucho más él, que siempre le ha tocado lidiar con los momentos grises en la escala de color de este deporte. Nunca nada fue fácil y es por ello que en su rostro fecha a fecha se esgrime el arrepentimiento, el dolor, la ira contenida.
Los meses van avanzando y parece ser que el año terminará con las cuentas en cero. Vaya problema para sus intereses y para los nuestros.