El cielo nocturno de azul oscuro prometía ser una noche sombría, otra más, para el representante peruano de turno en Copa Libertadores. “¿Por qué esta vez sería distinto?”, resonaba en la mente de la gente que en unos minutos más tarde vería incrédula posiblemente el mejor momento peruano en Libertadores en los últimos 10 años.
Un equipo, una liga, un pueblo acostumbrado a derrotas, a desilusiones, a fracasos, a humillaciones internacionales por parte de los más grandes del continente sería testigo de no solo una remontada, sino de un grito de liberación que se escuchó en toda América afirmándose sobre todo a sí mismo que los equipos peruanos también pueden jugar y son capaces, que son pocos los momentos, pero son.
En una noche oscura pero de ambiente celeste claro eran cada vez más los que confiaban en los once que defendían el escudo del Sporting Cristal y salían al verde buscando el equilibrio, en el marcador y en la mente, para enfrentar el duelo copero. En el verde yace la esperanza, lo último que se pierde. Primer tiempo. Se necesitan dos para poner tablas en el global. En un primer tiempo que daba a entender lo repetida que era esta historia. La posesión y el control de la pelota, ocasiones como el gol anulado a Loyola que mostraban cierta mala suerte, esa mala suerte que acompañada a un mal rendimiento se posó como una nube negra encima de la cabeza de cada equipo peruano. Final del primer tiempo. Se necesitan dos.
No se sabe con certeza qué pasó en ese vestuario durante los quince minutos de descanso pero sea lo que fuera, funcionó. Un trago de su remedio, así se puede definir el primero del cervecero. Irven Ávila, el autor, el número 5 en la lista de goleadores históricos. Minuto 46. La necesidad se redujó, pero seguía implorando por uno.
Vamos por la remonta… La frase no pudo completarse porque la ilusión se desvanecía, como tantas veces, con un remate seco al arco y al alma de todos. De todos, menos de los futbolistas que no se dejarían doblegar por los golpes paraguayos de la vida. La historia se repetía, o quizás no. Minuto 47. Volvimos a lo de antes de pitar, necesitamos dos.
Los celestes seguían mostrando buen juego, como de costumbre, pero sin convertir, como de costumbre, y como a nadie le incumbe defender bien al mismo que anotó el primero, el huanuqueño pone la ventaja en el marcador de nuevo. A la paraguaya a los paraguayos, desde el lateral derecho al delantero, de Lora a Ávila. Partido 2 a 1 para los peruanos y quedaba media hora. Minuto 67 y se necesita 1, ahora si.
El Sporting Cristal se hacía internacional con Nacional, mientras más avanzaba el rival más retrocedía, y poco a poco el arco llamaba, y alguien debía contestar el llamado. Sería el central brasileño recién llegado, en su incursión en el área y en una serie de rebotes se encuentra con el balance del equipo desde atrás y el balance del resultado yendo adelante. Ignacio da Silva daba vida. Minuto 74. Empate. “Ya no se necesitan más”, era un pensamiento que resonaba en la mente de algunos, menos por el artista que siempre piensa en que se puede innovar un poco más y del que siempre va adelante a dar lo que se espera. Se acababa el tiempo reglamentario, a uno de los ‘90, no era necesario, pero sí merecido. Lo que en Asunción fue sonido metálico, en Lima fue gritos de alegría. Jhilmar Lora, el que habilita, le tocó definir, nombre con mayúsculas. El que mira hacia adelante, el lateral con pie de mediocampista y que en ese momento se convirtió en el mejor definidor.
Con fortuna, quizás, con habilidad, claro que sí, sombreó al portero y quitó las oscuras nubes de encima. A buscarla adentro. Minuto 89. A defender la ventaja. Con un Nacional volcado y convencido en regresar la igualdad a la eliminatoria, apareció la última de la noche, la última pelota, la de la tranquilidad. Y llegó de un pase sensacional del goleador por duplicado y con una internada del ecuatoriano Washington Corozo. No fue ni en México, ni Estados Unidos, era Perú el sitio donde debía estar para sacarse la camiseta y secar las últimas gotas de incredulidad que brotaban de los rostros celestes cual llovizna. Era la mano que el fútbol peruano necesitaba por lo menos una vez, era el quinto. Media hora después del segundo, llegó. Minuto 96, silbato a resoplar y toda la gente que se dio cita en el viejo José Díaz a celebrar.
La noche se hizo de día y este se pintó más claro que nunca en verano. Nos sonrío la vida, pasaron por nosotros esos cálidos segundos de efervescencia que eran muy necesarios. Amanecimos sin pensarlo, sin haber cerrado los ojos para dar de cuentas que no estábamos soñando.