Entregarse a los cálidos abrazos de los compañeros, darle espejos a las sonrisas, engrosar las venas del cuello y besar tu escudo. Eres campeón y lo único que importa es festejarlo a lo grande. Como se debe hacer en esas situaciones.
Qué difíciles han sido estos tiempos para ellos, los más chicos de este “negocio”. En los que tuvieron que crecer encerrados como si fueran prófugos de la justicia o si hubieran cometido algún delito. Atados de pies y manos para desarrollarse en alegrías, para festejar mostrando la lengua a las pocas cámaras del momento o simplemente para soñar en las casi dos o tres horas de viaje en el bus.
Ese momento en el que le muestras la copa a tu hinchada, es el fiel reflejo de agradecimiento por su compañía, pero a su vez la demostración a tus adentros que pudiste lograrlo, que esos pensamientos de tirar la toalla no pudieron más. Que las tardes de encierro no fueron el final y que tan solo sirvieron para hacerte crecer como persona, a pesar de haber sufrido pérdidas.
Muchas historias de superación se suman en una fotografía. Muchas historias a futuro que navegan entre brazos. Muchas carreras que tendrán sus altibajos, pero nada más satisfactorio que ser campeón a esa edad, cuando los sueños son el impulso del día a día.
Que nunca más nos suceda esto de dejar a los chicos para lo último. De ellos es el futuro y ningún hombre de saco puede frustrarles el andar, mucho menos posponerlos a la gloria. Aprendamos esta lección, es un mensaje para todos.