Las tardes de verano se van haciendo viejas, los domingos en la cancha cada vez son menos, el café perdió su toque amargo a las 5 de la tarde, las ilusiones se apagan, los sueños se quedan en el aire. Los pies reclaman la textura de la hierba, la energía pide ser expulsada, los ojos están hartos de pantallas, el cuerpo pide libertad a gritos, la mente tiene jugadas preparadas; no es reclamo en cuarentena, es el hartazgo de que les mientan. Que los utilicen para tomar las riendas del poder y simplemente adueñarse de ellas.
Hemos viajado cuatro meses de mentira tras mentira, hicimos abordaje en diciembre con destino para marzo y ahora estamos deambulando sin rumbo, buscando respuestas.
De pena en pena, titulan los diarios entre semana. Cansados de la crítica, se hacen partícipes de ella. Los dedos apuntan a las divisiones juveniles. “Hay falta de apoyo”, vocifera el pelón de la esquina. Pero, ¿qué hacemos para cambiar la narrativa? ¿Hasta cuándo seguir con esa frase absurda, rebuscada en los periódicos de ayer? Porqué en su lugar no tomamos acción del asunto.
Estamos todos cansados de ver el balón golpear la pared de la sala. Se han reportado más de 300 ventanas rotas, los detenidos están en sus habitaciones y las armas confiscadas hasta el siguiente enero.
Se apagó la lámpara, el guión deberá cambiar de formato, el futuro tiene que ser otro. La sociedad seguirá siendo la misma, seguiremos siendo el país de hartos, anhelando ser estrellas de otro mundo, las que pudieron ser, las que esta vez sí quisieron, pero no había cómo.
Sin horizonte, sin planificación, sin patria ni ley. Así todas las pretensiones de avanzar solo serán retroceder cada vez más y luego no habrá abismo que nos detenga.