Somos muchos los que hemos dado más de un brinco del sofá cuando le hemos visto hacer algunas de sus piruetas de crack o derrochar el clásico talento de los que nacen bajo la estrella del jogo bonito. Hemos aplaudido una a una sus interminables persecuciones con los defensas rivales y por supuesto que hemos depositado nuestras esperanzas en que de sus pies renazca el brillo que perdió Sudamérica en los últimos mundiales.
Para los de siempre, es uno más del montón. Para los nacionalistas, es un bufón. Para los soñadores, es un ejemplo. Para los románticos, es elixir. Para el incondicional, el método dicotómico. La conjunción perfecta entre dos polos en un solo jugador. El casi gris que es capaz de mostrar sus dos versiones y aún tener los mismos seguidores. Ese es el casi experimentado Neymar Jr, que firma con nombre de niño los contratos mayores, y que aún no logra evidenciar su verdadera forma de ser ante los que portamos la franja roja en el pecho.
Le hemos visto crecer y ha sido un verdadero viaje en la renovación de confianza en él, tras cada muestra de su desfachatez, dentro y fuera de la cancha. Nos sorprendió a bien en ese lejano 2011, donde mostró de lo que era capaz de hacer y nunca dudamos, ni por puras ganas de polemizar, instauramos una discusión en torno a su futuro. Por lo contrario, fuimos(somos) fieles creyentes que tiene la magia que nos hizo enamorar de esta locura llamada fútbol.
Pero para nadie es un secreto, que en los últimos tiempos ha defraudado la confianza brindada desde cuando era un juvenil melenudo. Se nos ha burlado en la boca y se lo hemos pasado por ese cariño que reposa en nuestros corazones. Ha sido capaz de dividir a una hinchada que, en estos últimos siete años, sólo sabía de unión. Ha generado el debate que creíamos no era necesario, pero cuando se habla de un astro de nuestros años, cómo no vamos a meter nuestra cuchara en esa mesa.
Neymar sigue siendo ese chico con la cresta de gallo y físico inagotable que puso a bailar al ritmo de axé a todo el Sur del país. Sigue siendo ese muchacho insolente ante el defensa caído, ante el arquero vencido, ante la patria. Sigue siendo el de sonrisa burlesca, que creíamos podía reponerse pero no ha podido. Sigue siendo él mismo, y en cierto modo eso está bueno, salvo cuando se enfrenta a nosotros.
Antes las pancartas con sus fotografías al paso del ‘Ai se eu te pego’, abarrotaban el Jorge Chávez. Era un clásico ver sus recibimientos como una estrella del momento, pero de eso sólo queda el pasado, porque el ahora lo instala como un naciente enemigo. Los últimos penales, que fueron como balas fulminantes, la mirada desafiante y su exageración teatral, han sido los condimentos necesarios para el repudio de un sector de la hinchada que en su momento lo supo idolatrar. Y a pesar de ello, sigue reinando entre nosotros.
Es muy capaz de todo y lo sabe a perfección. Es capaz de eludir cinco rivales en el camino, sacarse al arquero y hacer el gol de su vida. Es capaz de insultar a sus contrincantes sin motivo alguno. Es capaz de ser portada de ONGs y luego darle la espalda al pueblo. Es el correcto incorrecto que todos quisiéramos en nuestro equipo. Es el verdugo de nuestra selección, pero al que pese a todo siempre le tendremos fiel y lejano aprecio.