El presente nos tiene a miles de kilómetros de esa fiesta que tanto espera el mundo cada cuatro años. Nos encuentra sentados frente a las madrugadas del día, imaginando encontrar nuestra bandera en alguna tribuna lejana. Agitándose frente a miles de cámaras que llegan para transportar las imágenes a píxeles pequeños.
Nos tiene confesados en el sillón, a la espera de lo que puedan hacer nuestros favoritos en la edición de Qatar. Nos hace creer que somos indignos, que nunca hemos cogido sitio en el salón privilegiado del fútbol. Pero es que solo nos falta una taza de café con los antiguos incondicionales y tendremos en nuestras mentes las jugadas magníficas de Cueto, Cubillas, Velásquez. La desfachatez de Chale, Mifflin. La sobriedad de Chumpitaz y el coraje de Oblitas; solo por remembrar al alba.
El presente no sabe de nuestro pasado. Se piensa que solo somos los de hace cuatro años y que nuestro regreso no supo a gloria. Cómo no van a recordarnos, si hemos bailado al compás del tango, desfilado entre guitarras y sombreros, danzado flamenco a medias. Y lo que nadie jamás dirá: que pusimos las primeras piedras para tan magno evento.
Y es que existe una ley escrita: mundialistas fuimos, mundialistas seremos. Tan solo vibremos tiempo al tiempo. Que ese es el mejor amigo en tiempos en los que solo nos queda ver amanecer el dia desayunando partidos que bien podríamos haber hecho mejor que el resto.