La delgada y temida línea defensiva se debe componer con guerreros que vayan siempre bien armados hacia el frente. Que reciban pelotazos tan fuertes como la negativa del azar y tengan la firmeza de poner la frente para calmar la ansiedad de los espectadores de la tele. Tienen que ser, a su vez, las voces que manden dentro del terreno de juego, los que se dispongan a ordenar cuando sea el momento y de levantar la voz hasta que se escuche en la última cabina de radio en el estadio, cuando algún compañero ande con dudas muy cerca a su guardia. Son los interlocutores del técnico dentro de la cancha. Se someten a duras pruebas consigo mismos y también con los aficionados. Sin querer su titularidad depende de las sonrisas y aplausos al final de cada jornada, mucho más que el rendimiento que hayan obtenido en el tiempo reglamentario.
Usualmente está compuesta por un binomio que debe entenderse mejor que cual pareja. Ellos deben saber que mientras se encuentren juntos no importa lo que haya sucedido en el chat de hace unos días o incluso si se sintieron incómodos en los entrenos. Aquí no hay diferencia que valga cuando portan el mismo escudo.
La rudeza debe preponderar los flashes, no interesa la estética en una situación límite, tan solo la certeza de haber enviado el balón lo más lejano posible y que este no se haya estrellado contra ningún simpatizante. Allí las celebraciones tan solo se dan cuando has sido el salvador de tu arco, si los de adelante anotaron pues se miran entre ellos se abrazan con los ojos y la palabra “seguimos” retumba de sus labios. Si la locura desbordó, se acercan hasta el mediocampo y se enfundan en un caluroso gesto de hermanos.
Es una tarea muy sacrificada y poco valorada. Otros países hicieron de ese arte su sello y aquí se perdió el tiempo buscando fintar cada que se tiene la pelota entre los pies por encima de mantener el cero. En Uruguay se instalaron clases de cómo barrer sin tocar al rival o dejándole algún cariño. En Paraguay los entrenan con saltos de canguros para cabecear nucas, en Argentina cada vez más se busca simplificar las labores tácticas de los de atrás. Mientras que en Colombia, Brasil y Ecuador se animan a salir jugando. Si de cultura hablamos, hace muchos años por aquí se marcó la pauta del cómo al momento de rechazar balones peligrosos. Siempre aguardar tenerla y buscar espacios en blanco para dibujar grandes amagues que nos pongan cerca a un buen pase. Tiempo a tiempo fuimos perdiendo esa clase y los resultados nos dieron prueba de ello. Cuanto menos posible lo creímos, encontramos a quienes lograron darnos el equilibrio perfecto para esa zona tan vulnerable. Por fin todas las escuelas se habían convertido en una.
Tan sólidos como técnicos. Tan tácticos como caóticos. Tan ellos y tan nuestros. Comenzamos a ser un poco más felices cuando en el 2016 el binomio Ramos-Rodríguez se hicieron titulares indiscutibles de nuestra querida selección, que hicieron de las noches las menos amargas posibles y nos regalaron la perfecta excusa para desempolvar los libretos, coger hojas que se nos quedaron del colegio y apuntar sus nombres jugando a armar equipos ideales de todos los tiempos. No vimos otros que se entendieran tan bien como ellos, pareciera que nacieron para juntarse y sabe Dios si nos dará la dicha de gozar otras escenas no aptas para cardíacos y mucho menos para diabéticos, como la que nos dio aquella dupla mundialista que hoy guarda el recuerdo.